‘Un lunes de Pascua extraño’ (opinió, María Ramos)

‘Un lunes de Pascua extraño’ (opinió, María Ramos)

Día 16 de abril de 2020, Lunes de Pascua: un día de celebración y encuentro de familias, padrinos/padrinas, amigos… Un día para de disfrutar de esos encuentros, de esas muestras de cariño, afecto, familiaridad. No obstante, no ha sido una pascua cualquiera. Estamos confinados y, además, amaneció un día gris, con una persistente lluvia, nostálgico. Un día

Día 16 de abril de 2020, Lunes de Pascua: un día de celebración y encuentro de familias, padrinos/padrinas, amigos… Un día para de disfrutar de esos encuentros, de esas muestras de cariño, afecto, familiaridad. No obstante, no ha sido una pascua cualquiera. Estamos confinados y, además, amaneció un día gris, con una persistente lluvia, nostálgico. Un día que invitaba a recluirnos en nosotros mismos. Estado de reclusión o confinamiento en el que estamos desde el 16 de marzo.

Confinados porque nos asola la pandemia de la Covid19. Una pandemia que está dejando al descubierto la fragilidad de la Humanidad. Y, sobre todo, la fragilidad del mundo occidental, de las llamadas “sociedades ricas” -que nos creíamos superiores-.

Antes, habíamos vivido -sobre todo, las personas que tenemos una cierta edad- la aparición del sida. Era una enfermedad que solo afectaba a determinados grupos de población. Y, como no estábamos entre ellos, la mirábamos con una cierta distancia cuando no con un cierto rechazo y superioridad. Aquella crisis sanitaria, por motivos profesionales, la viví -podríamos decir- en primera línea, atendiendo a varias personas con sida. Todas ellas fallecieron; incluso, en un caso, peleando para que admitieran en la guardería a un bebé cuya madre tenía sida. Fueron momentos de miedo, incertidumbre, secretismos, por el carácter marginal que se le daba a esa enfermedad.

Años mas tarde, nos asoló la epidemia o el envenenamiento masivo por el aceite de colza pero solo afectó a un determinado grupo de la población: a los que compraron el aceite y a los vendedores ambulantes. Es decir, a la población más directamente vinculada con aquello. Y, otra vez, esa mirada de superioridad. Luego vendrían las epidemias de las ‘vacas locas’ y de la gripe A. Esta última supuso un estado de alerta y una dualidad de recomendaciones: mientras unos recomendaban la vacunación, otros sectores sanitarios no la recomendaban. Tampoco olvidemos el ébola: una infección que veíamos cómo mataba a personas pero la localizábamos en otro continente. Los occidentales -véase, superiores- teníamos escasas o nulas posibilidades de infectarnos.

Todas estas crisis sanitarias produjeron mucho sufrimiento y muchas muertes, pero no tantas como está produciendo esta pandemia que nos obliga a estar confinados; cosa que en las crisis anteriores no sucedió. Tampoco sucedió en las otras crisis un estallido de apoyo, de solidaridad; un grito de comunión global de “vamos a salir de ésta”. Una explosión de vida.

Cierto es que la Humanidad saldrá de esta crisis sanitaria, lo que no es tan cierto es con qué valores. Y es que estos momentos de miedo al futuro, miedo a perder mi empresa, mi trabajo o mi estatus, pueden despertar en algunos casos sentimientos de pánico, envidia o rabia, que proyectamos en el otro con tanta fuerza como un proyectil. Esta reacción que estamos viendo en determinadas fuerzas políticas también se produce a nivel individual.

Podríamos entender que es tal el pánico, el terror y la incertidumbre que el mecanismo de defensa para sobrevivir se puede traducir en un ataque desaforado al otro: si aniquilo al otro me garantizo mi supervivencia. O que el miedo paraliza, hiela el corazón y aparece la envida descarnada. Pero, ¿envidia, a qué? Si nuestra salud y, en algunos casos, nuestras vidas penden no de un hilo sino de un virus llamado Covid 19.

Y es que la Humanidad en su conjunto -los políticos, como grupo que ha asumido trabajar para el bien común, y las personas, a nivel individual- tenemos una gran oportunidad para reflexionar y aprender que la vida y la muerte, y la salud y la enfermedad conforman una línea difusa por la cual todos hemos de transitar. La cuestión está en: ¿seremos capaces de ayudarnos a hacer este tránsito más fácil? O, dicho de otra manera: ¿nos vamos a ayudar a ser, todos, un poco más felices?


(Foto: Mammiya /Pixabay)

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