‘Solo se puede ayudar al que quiere ser ayudado’ (opinió, María Ramos)
Publicada el 22 de juny de 2020
Los profesionales que nos dedicamos a las profesiones de ayuda sabemos que eso de ayudar es una función difícil. No es nada fácil, como se cree.
Durante mucho tiempo se ha considerado que esta era una tarea preferentemente femenina, y que, por lo tanto, con el hecho de ser mujer ya estabas preparada para ayudar. Mi experiencia profesional y personal me hace partir de que: “Ayudar no es hacer, sino hacer hacer”. En otras palabras: que lo importante no es hacer, sino estar. Y que es más importante hablar que comer. También, que ayudar es acercarte al otro con actitud de aprender. Es un ejercicio de humildad por parte de la persona que está en condiciones de ayudar hacia la persona que recibe esa ayuda. Como vemos, en consecuencia, la tarea de ayudar es complicada.
Una de las situaciones más difíciles en esto de la ayuda es cuando lo haces con tu propia familia. Con ellos siempre tendrás el rol que te han adjudicado y que has asumido. Así, cuando algún miembro de la familia necesita ayuda es casi imposible el reconocimiento de tu esperteza, así como salir del rol asignado. Aparecen, entonces, los conflictos emocionales, familiares… Otra de las dificultades radica en poder separar la parte profesional de la personal debido a que en esas situaciones: eres hija, hermana, madre. No puedes establecer esa sana distancia que te permite observar y pensar de una manera libre de ataduras emocionales.
Difícil es, asímismo, ayudar a una persona a la que nada le sirve, que está tan atrapada en esa situación, que no puede aceptar esa ayuda e, incluso, en ocasiones boicotea las posibilidades de ayuda. Son personas con una demanda permanente de ayuda, que sufren mucho, pero que no pueden aceptar la ayuda que se les ofrece: siguen buscando otra ayuda -algo así como un ser superior-, una ayuda mágica que les facilite salir del círculo de sufrimiento en el que están instalados -o, para ser mas exactos, están hundidos-.
La ayuda siempre ha de procurar el empoderamiento de la persona. Hay que colaborar con ella para que pueda asumir su estado y ello le permita bajar el nivel de sufrimiento. Trabajar desde las potencialidades, desde lo positivo, desde el “confía en ti” para potenciar sus recursos personales y ponerlos en valor. De este modo, hay que tratar llegar al punto en el que la persona adquiera autoconfianza, seguridad, se sienta valorada, reconocida y querida. En paralelo a esto es imprescindible que la persona que está en disposición de ayudar lo haga desde la total solidaridad, altruismo y compromiso. La ayuda no busca el pago posterior.
Tampoco sirven los consejos que se suelen dar desde la propia experiencia personal, ya que ésta pueda quedar muy lejos de la experiencia personal de la persona a la que se intenta ayudar. Y es que los consejos están para no seguirse. Las sugerencias, en cambio, están para tenerlas en cuenta.
Como todo en la vida, la verdad, la realidad, es imprescindible y está ahí. No se deben ocultar datos, hechos, etc. amparándonos en que se hace para proteger a la persona o para evitarle sufrimiento. De una manera u otra, la persona se enterará de que se le ocultan cosas y esto producirá el efecto contrario al que se buscaba. Generará desconfianza y, en algunos casos, incluso sentimientos paranoicos (sin entrar a valorar si esa ocultación de información significa o no una minusvaloración de la persona objeto de ayuda). Todas las personas, tengan la situación que tengan, deben ser tratadas con el máximo respeto y reconocimiento hacia ellas. Cierto es que la intensidad y el tipo de ayuda dependerán de las situaciones personales, familiares, de salud, el lugar de residencia etc., pero siempre las ayudas han de tener como eje conductor los valores que han ido apareciendo en este texto.
Los profesionales no somos indemnes a las mismas situaciones donde tenemos que desempeñar esas ayudas y, por lo tanto, también necesitamos ser ayudados.