‘Nada volverá a ser igual’ (opinió, María Ramos)

‘Nada volverá a ser igual’ (opinió, María Ramos)

“Nada volverá a ser igual”. Es la idea que repetimos una y otra vez ahora que estamos en medio de la pandemia, mientras vamos recibiendo datos; tantos datos que ya no somos capaces de dimensionar su alcance. ¿Esto quiere decir que banalizamos la tragedia que estamos viviendo? Confío en que no. Y, además, espero que

“Nada volverá a ser igual”. Es la idea que repetimos una y otra vez ahora que estamos en medio de la pandemia, mientras vamos recibiendo datos; tantos datos que ya no somos capaces de dimensionar su alcance. ¿Esto quiere decir que banalizamos la tragedia que estamos viviendo?

Confío en que no. Y, además, espero que esta vivencia tan intensa y contundente de la fragilidad humana sirva para tomar conciencia de nuestra fragilidad.  Es posible que comience un nuevo ciclo para nuestra sociedad. Y señalo “nuestra sociedad”, porque los países más pobres ya vivieron otras crisis, como por ejemplo la del ébola. Entonces, nosotros, desde la perspectiva de una sociedad bienestante, pensábamos: “¡Cómo mueren esas gentes! ¡qué uniformes de protección usan los sanitarios! ¡qué falta de dirección política, medios…! ¡Casi, las mismas imágenes!

Las enseñanzas que nos debe dejar esta pandemia son, prioritariamente, reflexiones sobre la sociedad de la opulencia, del ritmo vertiginoso, de la apariencia, de lo superfluo, de la imagen. La sociedad que avanzaba de espaldas a los más vulnerables, que eran invisibles: la pobreza, la marginalidad, la enfermedad, la discapacidad, los ancianos.

Los ancianos: paremos un momento en este punto.

La vejez era algo feo, costoso. La decrepitud había que esconderla, nuestro ritmo de vida no permitía un espacio y un tiempo para ellos; éramos la sociedad de “la gente guapa”. Para eso estaban las residencias.

Residencias que tienen un sentido, una utilidad, que son necesarias, pero…  ¿Por qué ahora nos espanta la cantidad de fallecidos en estos equipamientos? ¿éramos conscientes de que estaban funcionando con el personal mínimo? ¿que este personal estaba muy mal pagado y peor considerado? ¿que las residencias dejaron de tener un carácter de servicio social y pasaron a ser un lucrativo negocio?  De nuevo, la importancia de la política. Seguramente este debería ser el mayor aprendizaje de esta pandemia: ¡la importancia de la política!

En la década de los 80 el país se ilusionaba con una nueva era política en la que lo social cobraba protagonismo. Se creaban los servicios sociales como un derecho, no como beneficencia como habían sido hasta entonces. ¡Eran un derecho! Se fueron consolidando y creando la red de servicios sociales, se generalizó la atención sanitaria -afortunadamente, hoy de carácter universal-, etc.

De aquella década, son los viajes del Imserso, siendo ministra de Servicios Sociales la Sra. Matilde Fernández, del PSOE.

Pero… -siempre tiene que aparecer un ‘pero’- en la década de los 90, con la aparición del nuevo concepto de globalización, los servicios sociales comenzaron a cambiar y, como siempre, desde las partes más débiles: los profesionales de atención directa. En esa época se comienza a considerar los servicios de atención directa como un gasto (“los gastos, siempre, hay que reducirlos”) y no como una inversión -que es como se debería haber considerado-.

Es una inversión la  mejora de la atención a los más vulnerables. Esta debería ser la exigencia social, porque todos, absolutamente todos, en algún momento de nuestras vidas seremos vulnerables. Sin embargo, en aquellos años eran un gasto y, para reducir ese gasto, se privatizaron servicios. ¡Perdón! Lo políticamente correcto es: se externalizaron servicios.

Poco a poco se fue precarizando el sector de atención directa a la población más vulnerable: pobres, marginados, discapacidad, vejez.  Y así hemos llegado a estos días.

La pandemia nos horroriza porque nos hace visible la cantidad de personas que fallecen en equipamientos residenciales. Aunque sin duda alguna hay muchas variables que se entrecruzan en esta realidad, una de ellas es la política: las decisiones políticas. Decisiones sobre si la sociedad invierte o gasta en la atención a las personas más vulnerables.

Por lo tanto, la política se conforma como aquella área que incide muy directamente en la vida cotidiana de las personas. Política no es solo ir a votar cada cuatro años o ‘aquello que hacen los políticos’ -por lo demás, bastante desprestigiados-. La política condiciona nuestra vida y nuestra muerte. Es aquello que, en momentos como los actuales, cobra importancia. No obstante, no deberíamos dejarnos llevar por aquellos políticos que en medio de esta tragedia se muestran histriónicos, que hablan de muertos como arma arrojadiza, que utilizan la pandemia en benefico propio y que no ponen los mecanismos para ayudar o buscar una solución. Además, por norma general, suelen ser aquellos que redujeron el estado del bienestar a su mínima expresión; son los que privatizaron servicios, los que redujeron los presupuestos de sanidad y servicios sociales. Tampoco valen aquellos que ponen la patria (grande o chica) por delante de la salud de sus ciudadanos. Es el momento de comenzar a dar importancia a la política y que sirva para lo que es: como actitud ciudadana en la búsqueda del bien común.

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