“Lo esencial no es visible a los ojos” (de ‘El Principito’. Opinió, María Ramos)

“Lo esencial no es visible a los ojos” (de ‘El Principito’. Opinió, María Ramos)

La pandemia, el confinamiento, ha dejado en evidencia los otros dramas ocultos derivados de un modelo de sociedad en el que privaba -y priva- lo aparente, lo visible. Y nos hemos dado de bruces con aquello que decía ‘El Principito’: “Lo esencial no es visible a los ojos”. En una sociedad donde el valor está

La pandemia, el confinamiento, ha dejado en evidencia los otros dramas ocultos derivados de un modelo de sociedad en el que privaba -y priva- lo aparente, lo visible. Y nos hemos dado de bruces con aquello que decía ‘El Principito’: “Lo esencial no es visible a los ojos”. En una sociedad donde el valor está en el dinero y donde todo se puede comprar, la crisis nos ha demostrado que no es lo mismo el valor que el precio. La evidencia más impactante ha sido el modelo de atención en los centros asistenciales. También, además, nos ha enfrentado a nuestras relaciones familiares, poniéndolas a prueba.

Durante muchos días hemos hablado de las vicisitudes sociales, políticas y de emergencia sanitaria en los días de confinamiento. Sin embargo, este confinamiento nos ha dejado muchos dramas ocultos. Y, entre ellos, uno que señalo como “la tiranía de los cuidados”. Con él me refiero a aquellas prácticas donde, en el afán de cuidar y proteger a la persona que necesita cuidados especiales (tan especiales como pueden ser la atención y la compañía), esta necesidad se ha interpretado como una dependencia total.

Las familias, algunas familias, tienen serios problemas para aceptar y manejarse con la dependencia de sus familiares. Es tanto el dolor, la frustración, la impotencia que les produce ver el deterioro o necesidad de atención de los suyos, que optan por resoluciones drásticas que, a menudo, tienen más que ver con el miedo, la incertidumbre o la necesidad de aliviar su propio dolor que con las necesidades del momento de la persona dependiente.

De ahí, que se anticipen a las futuras necesidades y antes de que aparezcan ya traten de ponerles remedio. Con esa presunta prevención o anticipación lo que suele ocurrir es que, en vez de potenciar las capacidades de la persona, se las taponen y se les vayan cortando las alas, obstaculizando el empoderamiento de la persona dependiente. Esto tiene como consecuencia lo opuesto de lo buscado: que se incremente el grado de dependencia.

En realidad, todo esto tiene que ver con el dolor: el dolor emocional que produce observar y vivir el progresivo deterioro de la persona querida. Son situaciones muy difíciles de manejar porque las familias se autoprotegen. El miedo las hace estar a la defensiva y proyectan en los otros su impotencia, su rabia, por el dolor que están sintiendo.

Son situaciones muy difíciles de abordar porque la familia en bloque se posiciona en la defensa de sus miedos y no permite abrir otros horizontes que para ellos son terroríficos y desastrosos. Así hemos podido ver a familias que durante el confinamiento y con el objetivo de reducir al mínimo los riesgos de contagio, han suprimido las posibilidades de las personas dependientes de salir a la calle optando por realizar las tareas de cuidado básico, higiene y comida en el domicilio. Después han cerrado la puerta dejando sola a la persona dependiente, con el firme convencimiento de que así la estaban protegiendo. Seguramente del covid-19 sí, pero no de un sutil abandono.

Tal vez estos parámetros nos permitan entender qué ha pasado en los equipamientos residenciales, donde la atención a las personas frecuentemente pasa por garantizar unos cuidados básicos, la higiene, la comida y un lugar donde dormir. Todo ello, muy pautado y siguiendo el ritmo que impone la organización del equipamiento, que casi siempre va escaso de personal, sin formación específica y multitarea.

Y así, después de dar la vuelta al mundo, volvemos al inicio. Y es que, en nuestra sociedad consumista, insolidaria e incluso me atrevo a decir que deshumanizada, hemos perdido de vista lo esencial. Puede, como se decía en ‘El Principito’, que lo “esencial no sea visible a los ojos”, pero en cualquier caso lo esencial debería estar en el tratamiento respetuoso, en el valor de la humanidad y en el sentirse cuidado, acompañado. Tal vez sería el momento de hacer una relectura y divulgar la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

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