‘La impaciencia’ (opinió, María Ramos)

‘La impaciencia’ (opinió, María Ramos)

No tengo demasiada esperanza sino más bien tengo preocupación por la deriva social, política, e individual en la que, parece, nos hemos instalado en este periodo de desescalada. Todos tenemos prisas. ¡Qué pronto hemos olvidado aquello de vivir el aquí y el ahora! La reflexión y el aprendizaje ya no nos sirven como valores. La

No tengo demasiada esperanza sino más bien tengo preocupación por la deriva social, política, e individual en la que, parece, nos hemos instalado en este periodo de desescalada. Todos tenemos prisas. ¡Qué pronto hemos olvidado aquello de vivir el aquí y el ahora! La reflexión y el aprendizaje ya no nos sirven como valores. La ilusión de una sociedad más solidaria se desvanece.

No tengo demasiada esperanza tampoco de que todo el sufrimiento que hemos vivido nos haya ayudado a ser más sensatos, generosos, amables o colaboradores. Y no tengo demasiada esperanza porque ahora que comienza la desescalada, y el camino hacia la nueva normalidad, están surgiendo reivindicaciones personales del estilo: “¿Qué hay de lo mío?”

La explosión de una sociedad solidaria, optimista, grupal que asumía el reto de “de ésta, todos saldremos” se ha transformado rápido en una sociedad que está en la puerta de salida, ansiosa, expectante y a la defensiva para salir la primera.

Los aplausos de las 8 de la tarde de agradecimiento y defensa de los servicios públicos pueden quedar en algo festivo, sin más transcendencia. Ahora surgen iniciativas para ir a la medicina privada para hacerse los tests: “Yo, que puedo pagarlo”.

No tengo demasiada esperanza porque los políticos que hacen y viven de la política en nuestro país parece que sean -o son- un fiel reflejo de nuestra sociedad. ¡No son tan extraños! Por eso se permiten el lujo de, en uno de los momentos más difíciles del país, dinamitar, impedir acuerdos que, además de las medidas que pudieran establecer, darían un ejemplo a la sociedad de que la colaboración, la confianza, la nobleza, la ética y el compromiso sirven para salir mejor parados de la grave situación en la que estamos y la que nos depara el futuro. Los políticos  no escuchan, solo se escuchan a ellos mismos.  Sus discursos políticos son agresivos, descarnados, en los que las negociaciones de partido vuelven a tener más importancia que la salud de los ciudadanos.

No tengo demasiada esperanza en los datos económicos. No me sirve que comparen los datos de este mes con los del mismo mes del año pasado. No son comparables y compararlos genera malestar e irracionalidad. La pandemia ha parado durante 60 días el sistema económico. No me digan que no vienen turistas: no es que no vengan es que las fronteras están cerradas.  No me digan que ha aumentado el paro: es que medio país nos fuimos todos al paro para preservar la salud.

No tengo demasiada esperanza porque, asumiendo la desescalada, la infección del covid19 ha sido y debe continuar siendo un asunto de salud pública. Es una infección de carácter social, no es una infección que se contrae en un puesto de trabajo.  No es un tema de salud laboral, es un tema de salud pública. Y como tal, tiene que seguir siendo tratado. Los ciudadanos, los trabajadores, tenemos nuestra responsabilidad personal para protegernos y proteger a los otros pero la responsabilidad del control de la pandemia es pública.

Tuve esperanza en que el sufrimiento de estos días nos enseñaría a vivir de una manera más confortable, que la visualización de los centenares de muertos nos haría entender que todo lo personal es político, que la colaboración y la solidaridad nos ayudarían a reconocer y respetar al otro, que la ilusión de que “todo va a salir bien” nos uniría y sentaríamos las bases de esa sociedad que por momentos vivimos: solidaria, comprometida, de bienestar y que generó -o me generó- esperanza.


(Foto: Ignasi Robleda)

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